miércoles, 28 de diciembre de 2011

George Orwell y Corea del Norte



Acabo de leer "1984" de George Orwell. La novela publicada por primera vez en junio de 1949 relata la historia de Winston Smith, un funcionario público que trabaja en el Departamento de Registro perteneciente a uno de los cuatro Ministerios del Partido Interior. A la cabeza del Partido se encuentra la figura del "Gran Hermano" que todo lo ve y todo lo sabe. 


Smith vive en un mundo en el que no hay espacio para la reflexión, el amor y la verdad. El pasado, el presente y el futuro son controlados por el Partido Interior. Sólo existe lo que el Partido dice que existe. Todo aquel que contradice las consignas del "Gran Hermano" es perseguido por la Policía del Pensamiento y puesto a disposición del Ministerio del Amor, aparato público que irónicamente está encargado de la tortura, las confesiones forzadas y las ejecuciones.

Desde que termine la lectura de este libro, no he dejado de pensar en Corea del Norte. Son abundantes las semejanzas entre la distopía presentada en el brillante libro de Orwell y la realidad de la dictadura de Pyongyang cuyo máximo líder Kim Jong II acaba de fallecer. A continuación las comparare:


En primer lugar, en el libro identificamos la figura del “Gran Hermano”. Los ciudadanos deben amarlo, obedecerlo y glorificarlo. En Corea del Norte, su recién fallecido líder se autoproclamaba “Querido Líder”, “Gran Dirigente” o “Líder Supremo”. El pueblo norcoreano estaba obligado a amarlo y a adorarlo como si fuese un Dios. Aún más, creían que Kim Jong II había inventado las hamburguesas y que podía controlar el clima (si no me cree lo puede verificar en Google o en El Mercurio).


En segundo lugar, en “1984” -probablemente la distopía más famosa del siglo pasado- nos encontramos con una situación permanente de guerra. El enemigo puede cambiar según lo disponga el Partido Interior pero siempre existe una lucha contra algún agente externo. A grandes rasgos, este enemigo siempre es representado por un supuesto “traidor” del Partido llamado Emmanuel Goldstein (quizá fue una referencia de Orwell a León Trotsky) y que las personas deben odiar y repudiar públicamente.  La guerra es una forma de lograr adherencia al “Gran Hermano” por parte de la sociedad.


Algo parecido sucede en la Corea de los Kim. A través de una fuerte campaña propagandística –al más puro estilo de Joseph Stalin- los ciudadanos aprenden desde niños a odiar a los norteamericanos y a formar creencias erradas acerca de los Estados Unidos. Los norcoreanos tienen la convicción de que los norteamericanos planean invadirlos y que sólo su “Eterno Líder” es capaz de defenderlos.


En tercer lugar, en la novela de Orwell las personas son controladas día y noche. Una de las consignas del Partido Interior es <<La libertad es la esclavitud>>.  Las personas no son libres y se reprime cualquier acto de libertad que no haya sido permitido. El Partido Interior miente a descaro y dichas mentiras deben ser tenidas por verdades. Los alimentos escasean y quien se queja de la falta de comida o de las precarias condiciones de vida “desaparece” al poco tiempo. No existen juicios imparciales y justos.


En Corea del Norte sucede casi lo mismo. La libertad es reprimida. La tortura es pan de cada día. Hay detenciones sin cargo, ejecuciones a presos políticos y trabajos forzados. Además, se sabe de la existencia de al menos seis campos de reclusión en los que diariamente se violan los derechos humanos (cosa que el Partido Comunista chileno parece olvidar). 


Un ejemplo de lo anterior es el caso del chileno Eduardo Murillo: en 1967 fue arrestado y acusado de espionaje. Su único delito había sido quejarse del régimen y de sus mentiras. Pero allá no hay lugar para la libertad de expresión y de opinión. Posteriormente fue condenado a pena de muerte. ¡Y sin un juicio imparcial y justo! Algo muy parecido a la novela “El Proceso” de Franz Kafka. 


Para concluir, me ha sido muy grato leer esta novela en un momento en el que todo el orbe ha centrado su atención en la dictadura norcoreana. Hay otras similitudes que por un tema de tiempo y espacio no transcribí al papel. Espero que al leer esta columna se animen a leer "1984" y a buscarlas ustedes mismos.




El rol de la subsidiariedad en la función pública del Estado



Durante los últimos meses del año las movilizaciones estudiantiles lograron un innegable posicionamiento mediático. Del variopinto escenario de demandas y reivindicaciones sociales ha destacado el slogan del “no al lucro”. Se ha caricaturado la libre iniciativa privada en educación a través de fórmulas semánticas que indican que esta siempre termina con prácticas usureras y abusivas. Y estas consignas se pueden aún extender a temáticas tales como salud, vivienda, transporte, etc. Pero lo cierto es que afirmaciones de tal envergadura no pueden encontrar asidero real en la práctica.


La RAE define al lucro de la siguiente manera: “Ganancia o provecho que se saca de algo”. Bajo esta perspectiva, las personas no sólo tienen la posibilidad de innovar y de ejercer libremente su creatividad en el ámbito de su autonomía, sino que además pueden obtener legítimamente un beneficio o ganancia por ello en la medida que no se transgredan normas jurídicas y derechos de terceros. Más aún, el Estado debe promover la participación y la cooperación de los privados en el cumplimiento de funciones públicas de diversa índole con el objeto de perseguir el bien común de sus miembros.


La Constitución Política de la República consagra en su artículo 19 Nº21 “El derecho a desarrollar cualquiera actividad económica que no sea contraria a la moral, al orden público o a la seguridad nacional, respetando las normas legales que la regulen”.

Por lo demás, no se puede desconocer que son numerosas las políticas públicas, las prestaciones sociales, las asignaciones de recursos y las funciones de la Administración del Estado, que por su especial naturaleza, pueden ser llevadas a cabo de manera más eficiente por el sector privado que por el aparataje público.

Hay varias consecuencias positivas que tienen como antecedente la actividad del Estado en orden a otorgar subsidios para que a través de la actuación privada se puedan desarrollar funciones de carácter público: eficiencia en el uso de los recursos; mayor cobertura y coordinación; se amplían las alternativas de elección; surge la competencia; aumenta la inversión y los nuevos negocios; mejora la infraestructura y las condiciones de trabajo; y se fomenta la integración de la comunidad en la toma de decisiones políticas.

Por el contrario, un Estado asistencialista esteriliza la creatividad de las personas dentro del entramado social, las subordina a la entidad central y las priva de toda capacidad de iniciativa y de autodeterminación. Finalmente, un Estado paternalista inhibe los emprendimientos lucrativos y desacredita a quienes buscan una legítima ganancia por el esfuerzo y el sacrificio efectuado.

Por último, cabe recalcar que es el Estado el que está al servicio de la persona humana y no al revés. Nuestro ordenamiento jurídico así lo ha reconocido en la Carta Fundamental y en diversas disposiciones legales.

Solidaridad y subsidiariedad



Tal como nos enseña la  doctrina social de la Iglesia, el principio de subsidiariedad y la solidaridad se encuentran intrínsecamente vinculados entre sí. Sostener su complementariedad teórica y práctica es un acierto innegable.

Que los hombres nos encontremos investidos de dignidad implica que somos seres racionales, libres y responsables. Por lo mismo, una iniciativa privada que, consciente de la dignidad de la persona humana, busque la obtención del bien común, solo podrá tener el espacio de libertad necesario para su accionar, en un Estado que no le imponga limitaciones o restricciones injustificadas. 


Desconocer lo anterior podría traducirse en un perjuicio directo al principio de subsidiariedad y en un desconocimiento de la dignidad humana, particularmente de su capacidad de raciocinio y de su libre albedrío. Podemos comprobar el planteamiento anterior al analizar algunos ejemplos del sistema educacional chileno.

La existencia de cuerpos sociales intermedios ligados a actividades académicas ha permitido un mayor acceso a la educación secundaria y superior, y un incremento en las oportunidades de ascenso social. Que miles de jóvenes de todo el país se encuentren actualmente estudiando es consecuencia del esfuerzo solidario entre el Estado, la familia (como núcleo fundamental de la sociedad), y las universidades, colegios e institutos profesionales.

Hasta 1981 había sólo ocho universidades en Chile. La entrada en vigencia de la Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza no solo permitió la creación de nuevas universidades sino que terminó con la estructura monopólica hasta entonces vigente que era incompatible con el principio de subsidiariedad y con la solidaridad.

En la carta encíclica Caritas in Veritate, Benedicto XVI nos habla de la existencia de empresas que actúan a partir de una perspectiva no solamente orientada a la obtención de ganancias patrimoniales, sino que también con un sentido de la responsabilidad social. En nuestro país, y en materia de educación, ello queda de manifiesto al ponderar los innumerables proyectos que, movidos por el interés de entregar educación de calidad, han surgido en el seno de las sociedades privadas. Pensemos a modo de ejemplo en aquellos colegios de financiamiento compartido que han implementado modelos fructíferos e ingeniosos de aprendizaje y que se encuentran en zonas marginales. El Estado debe abstenerse de imponer restricciones excesivas e irreflexivas a aquellas asociaciones humanas.

En conclusión, Chile ha logrado una cobertura completa en educación secundaria y un alza importante en el acceso a la educación superior. Gran reconocimiento merece la intervención de las entidades sociales más pequeñas que actúan por iniciativa propia en materia educacional. Pero aún quedan muchas necesidades pendientes de transformación. Ellas serán posibles con el tiempo en la medida que el principio de subsidiariedad y la solidaridad sigan entendiéndose de forma recíproca y en mutua conexión.


martes, 27 de diciembre de 2011

Universidad de Chile: Pasión y Alegría


En la afamada película ganadora del Oscar "El Secreto de sus Ojos" de Juan José Campanella, uno de los personajes le dice a Benjamín Espósito: "El tipo puede cambar de todo. De cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de dios. Pero hay una cosa que no puede cambiar Benjamín. No puede cambiar de pasión".

La pasión dice relación con aquella acción que llevamos a cabo consistente en "padecer". La pasión de Nuestro Señor Jesucristo es "la entrega" del Rey de reyes por los hombres, es un padecimiento de un Dios fiel, benigno y lleno de misericordia que se hizo carne y habitó entre nosotros para redimirnos, por Amor. El amor de pareja, el verdadero amor conyugal consiste en un padecer "por el otro"  y "con el otro".  Finalmente, la pasión por una actividad, por un arte o por un deporte es algo más que un sentimiento: es un "padecer" por ese algo que nos colma de entusiasmo, de alegrías muchas veces y de dolores otras tantas.

El fútbol es irrefutablemente una pasión. Pero no es cualquier pasión. <<Es una pasión de multitudes>> como tan acertadamente he oído decir a muchos comentaristas deportivos.

Mi querido viejo, ya de los quince años que seguía los partidos del romántico viajero a través de la sintonía radial. Como toda pasión, fue un amor que creció y maduró con el correr de los años. Y la vida quiso que mi hermano y yo heredáramos muchos años después la misma pasión por el club.

Durante todo el año me las arreglé para seguir de cerca los partidos de la "U". Unos cuantos partidos los contemple por el Canal del Fútbol. En algunas ocasiones, cuando la televisión no era una alternativa posible,  escuché los emocionantes relatos de Alberto Jesús López (el trovador del gol) y su famoso <<Grítalo si eres azul... >> Pero la mayoría de las veces observé atentamente los partidos a través de las precarias señales que ofrece Roja Directa. De este modo lograba compatibilizar mis deberes, académicos, familiares y religiosos con mi pasión por Universidad de Chile.

Otros amigos fueron más allá. Dejaron todo de lado para viajar este 2011 de norte a sur, recorriendo los más variados estadios que ofrece el fútbol criollo, consiguiendo el dinero necesario en los momentos oportunos. No faltaron los que viajaron al extranjero. Los estudios, obligaciones y responsabilidades que tuvieran que cumplir eran derivadas a un segundo plano dentro de sus conciencias. Lo más relevante era alentar al "equipo de los amores" en las circunstancias que fuesen menester. Y esto es sólo explicable porque el fútbol es una pasión para muchas vidas humanas. Alguien ajeno a esta pasión no lo podría comprender. Es como pretender que alguien que no posea un catalejo pueda observar y describir lo que hay más allá del horizonte.

El "pueblo azul" celebra con bombos y cánticos los triunfos épicos logrados a punta de trabajo, sacrificio, esfuerzo y mucha humildad por parte del plantel azul en este año dorado. ¿Cómo olvidar el magnífico gol de Diego Rivarola a Colo Colo en el Apertura? ¿Cómo olvidar la diagonal de la muerte de Eduardo Vargas a Liga de Quito? La directiva de Azul Azul S.A. también merece reconocimientos. Lograron sacar adelante la dirección del club luego de su quiebra el año 2007, construyeron uno de los mejores centros de formación de jugadores de nuestro continente, realizaron buenas contrataciones, y este año que casi termina se coronaron campeones de Sudamérica. ¡Pero todo ello sólo puede sustentarse en la práctica por el hecho de que el fútbol es una Pasión!

Este 2011 pude gritar junto con mi padre y mi hermano: ¡Universidad de Chile, Campeón del Apertura, Campeón de la Copa Sudamericana y Campeón del Clausura! Y la pasión por este equipo me hace terminar esta columna cantando:

"Ser un romántico viajero
y el sendero continuar,
ir más allá del horizonte
do remonta la verdad
y en desnudo de mujer
contemplar la realidad"

"Brindemos camaradas, por la Universidad
en ánforas azules de cálida emoción
Brindemos por la vida fecunda de ideal
sonriendo con el alma prendida en el amor"


¡Ceacheí, ceacheí. ceacheí!